Según informa la Agencia de Noticias Hawzah, Hamás, al igual que Irán y Yemen, aceptó el alto el fuego propuesto por Trump, lo cual refleja una lógica común de prudencia y cálculo racional. La resistencia —ya sea en Irán, Palestina, Yemen o Líbano— ha sabido aprovechar todas las oportunidades disponibles para avanzar en su proyecto. En los dos últimos años, el eje de la resistencia ha perseguido poner fin a la masacre, consolidar la victoria histórica del 7 de octubre y frustrar los planes de desplazamiento permanente, ocupación de Gaza por el ejército del régimen y desarme de la resistencia.
Sin embargo, la naturaleza codiciosa de Occidente impide confiar en la estabilidad de cualquier entendimiento. Este alto el fuego parece más bien una maniobra para salir de dos callejones sin salida: por un lado, liberar a Trump de las presiones internas para presentarse como candidato al Premio Nobel de la Paz, y por otro, ayudar a Israel a escapar del atolladero de la ocupación de Gaza.
Si los ocupantes respetan los términos del acuerdo, se tratará de una gran victoria para la resistencia palestina, que ha logrado imponer sus condiciones a Israel gracias a la hazaña extraordinaria de los combatientes de las Brigadas al-Qassam y a la resistencia legendaria del pueblo de Gaza. La alegría y las celebraciones en los barrios gazatíes son reflejo de esa percepción colectiva de triunfo.
En caso de que, tras la campaña mediática de Trump para posicionarse como líder mundial y tras la liberación de algunos prisioneros israelíes, el régimen sabotee el acuerdo, la resistencia obtendrá tres nuevos logros:
Primero, el mundo islámico —y en particular el pueblo de Gaza— confiará aún más en la responsabilidad y madurez política de Hamás, reforzando su apoyo al liderazgo de la resistencia en la administración futura de Gaza.
Segundo, no quedará margen para nuevas negociaciones, y el conflicto se ampliará.
Y tercero, el nivel de indignación y rechazo global hacia Israel y Estados Unidos alcanzará su punto máximo.
La enseñanza más profunda de este acontecimiento, incluso hasta el momento presente, es esencial: si se reuniera todo el poder militar del mundo, no podría resistir ante la voluntad y la fe de un pueblo desarmado, pero firme en su determinación.
Israel, después de 730 días de operaciones desde el 8 de octubre de 2023 y con el saldo sangriento de 200.000 muertos, heridos o mutilados, no ha conseguido ningún logro militar, operativo ni estratégico. Hamás, por su parte, sigue rechazando cualquier cláusula impuesta y mantiene su exigencia de establecer un proceso de intercambio de prisioneros.
Históricamente, ningún plan de paz ha prosperado sin garantizar plenamente los derechos del pueblo palestino. El plan de paz de Trump, si no se ajusta a las condiciones de la resistencia, fracasará por la misma razón que los Acuerdos de Abraham quedaron estancados y los Acuerdos de Oslo resultaron inválidos: todos ignoraron la raíz del conflicto.
La raíz del problema es la ocupación y la negación de los derechos fundamentales de un pueblo. Mientras no se erradique esa causa y no se devuelva al pueblo palestino su derecho a la autodeterminación, cualquier intento de paz será una construcción frágil y efímera.
Si hoy algunos califican este acuerdo de “paz”, deben entender que el pueblo palestino —y las nuevas generaciones— han alcanzado un punto de no retorno.
La operación “Tormenta de al-Aqsa” y la reacción desmesurada del régimen destruyeron para siempre los puentes, ya de por sí frágiles, que podían haber permitido una mínima convivencia entre palestinos y sionistas, llevando sus relaciones a un punto irreversible.
Antes, a pesar de décadas de ocupación y conflicto, aún existían débiles esperanzas de coexistencia o mínimos espacios de diálogo. Pero la magnitud de la masacre, la profundidad de los crímenes de guerra y las atrocidades cometidas en Gaza han dejado una herida tan profunda en la memoria colectiva palestina que ya no es posible imaginar ningún futuro compartido, y mucho menos una paz verdadera.
Por: Mehdi Afráz
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